En la década de 1960, el gobierno de Fidel Castro afirmó haber erradicado el racismo en Cuba. Una antropóloga explora cómo las jerarquías raciales persisten a pesar de estas narrativas oficiales, limitando las oportunidades para los afrocubanos.
Me senté esperando a que Yudell* terminara su turno en la paladar, o restaurante privado de pequeña escala, en el céntrico barrio del Vedado en La Habana. Ya había entrevistado a algunos de los trabajadores allí.
La autoidentificación de Yudell, en otras palabras, sirvió como una forma de protesta en una sociedad que perpetúa la anti-Negritud mientras afirma ser “daltónica” o “ciega a los colores”. Parte de la respuesta radica en las nociones nacionalistas de mestizaje, o mezcla racial, que hacen que la desigualdad racial sea difícil de discutir en toda América Latina en general. En Cuba, dice la narrativa, todos pueden rastrear sus raíces en una mezcla de sangre africana y española. Ser cubano es ser mestizo.
Esta fachada de armonía racial pronto se desharía después de la caída de la Unión Soviética en 1989, cuando Cuba entró en una crisis económica conocida como “El período especial en tiempos de paz”. En respuesta a la crisis económica, Cuba dio la bienvenida al turismo masivo e introdujo un pequeño sector privado financiado, en gran parte, a través de las remesas enviadas por familiares en el exterior.
Pero es en casa donde la mayoría de los cubanos aprenden por primera vez sobre los discursos y las jerarquías raciales, y su lugar dentro de ellas. Sin embargo, mientras hablábamos, no pude evitar notar los ojos en blanco y las burlas de aquellos que escuchaban nuestra conversación. Más tarde me informaron que Alina, también, sería considerada una jabá .